Espinas y Mariposas

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Para desvestirme, elijo la rúbrica... Como ropa, el papel; y para pelear contra el mundo, una pluma...

jueves, 3 de noviembre de 2005

A mi chico - veneno

Yo no creo que las personas pertenezcan todas a una única especie distinguible, aunque dentro de esta misma exista todo un espectro de posibilidades. Yo creo en las personas - objeto, o en las personas - circunstancia.
Por ejemplo, hay personas - veneno. Las hay de veneno veloz y de veneno dulce, de veneno mortal y de veneno contagioso, y así podría seguir... Son esas personas que todo lo que tocan lo contaminan, que contagian al mundo de su monótona melancolía o de sí mismos, que te rozan y te trastocan o te marean o te derrumban o te mitigan. Tienen el poder de mostrarse zalameros y convincentes (en una manera más pegajosa que las personas - imán, que suelen ser más bipolares), y atraerte como la miel a las abejas. Pero cuando te acercás sueltan esa pócima que te transforma y ya no volvés a ser el mismo.
A veces el veneno tiene la propiedad de quedarse dentro del infectado e ir soltándose poco a poco, afectando también a otras personas. Otras veces es rápido y certero y acaba en segundos con el envenenado. Y en pocas ocasiones, endura dentro de la víctima y va comiéndosela de a poco, de dentro hacia fuera; o vaga por su cuerpo hasta encontrar el corazón.
No siempre el proceso es doloroso. A veces es suave, meloso, acompasado; y el contagiado se ve dulcemente consumido, casi sin darse cuenta. Pero una vez envenenado, nadie tiene salvación. Se quiera o no, el que conoce a una persona - veneno, se ve condenado.
Aunque una de las razas más importantes, también es una de las más exóticas y raras de encontrar. Y para contrarrestar los males que éstas acarrean, están las personas - antídoto. Cualquiera puede ser una persona - antídoto bajo cierta luz. Las personas - olvido, las personas - excusa, las personas - volver a empezar, las personas - comparación... Pero esta clase de gente no ataca la fuente del problema, sino sólo el veneno. Lo hacen latir más despacio, lo esconden, lo aletargan; y la ponzoña pierde su efectividad mortal pero sigue contaminando.
Sobra contarte qué clase de persona - veneno fuiste para mí. Quién hubiera dicho que no iba a reconocer tu peligrosidad al instante, y me iba a dejar intoxicar tontamente. No fue tu veneno, por cierto, ni rápido ni doloroso, sino que me fue llenando y desbordando poco a poco; carcomiendo mis alegrías, mis anhelos e ilusiones, mis metas, arruinando todo hasta que al final sólo quedaste vos y tu causa, viéndome caer.
No siempre la maldad se encuentra en la naturaleza de las personas - veneno. A veces ellos no tienen la culpa del desastre que ocasionan. No te culpo. Yo me dejé encandilar por tus palabras y llenar con ese elixir que disfrazaste tan bien, que me brindaste como la más deliciosa panacea a mi soledad y que resultó en la más amarga de mis desesperaciones. Pero sé que no querías que fuese así. A veces, las cosas simplemente pasan.
Y ya ves, aquí estoy. Aún no puedo sacar de mi cuerpo toda esa ponzoña que dejaste, ni librarme de las pesadillas, ni dejar de sentir una opresión en el pecho cuando te veo. Los mareos, los temblores y la agitación siguen siendo una constante cada vez que estás cerca. Pero he encontrado a mi persona - antídoto, y con él te dejo atrás.
Quién sabe. Quizás hasta sea posible que tu influencia no haya sido lo suficientemente efectiva y yo pueda consumirme en paz sin lastimarlo, sin contagiarlo...
María Cielo Aguilera.-


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