Onirismos submarinos
·······En la mañana –sé que fue en la mañana, porque me levanté temprano sin haber soñado nada, pero apenas vislumbré la escarcha en los vidrios, me volví a esconder entre las sábanas – tuve un sueño de lo más vívido.
······· Corría yo por un corredor adoquinado, de blancas barandas románicas, arcadas,, que se adentraba en el mar Era muy largo, extensísimo, y hacía un rato ya que venía corriendo sin que aquello llegase a ningún lado Veía volar las gaviotas sobre las aguas, a mi alrededor, y las oía chillar, como chillan siempre que se aglutinan en busca de comida. De pronto, una anciana alba como la nieve y cubierta con un manto del mismo color, toda arrugada y encogida por los años, apareció adelante en aquella especie de muelle fagocitado por la inmensidad. Me acercaba velozmente y no iba a detenerme: pasé al lado suyo y le acaricié la enjuta mejilla mientras ella sonreía. Seguí corriendo hacia la nada.
·······Y allá al fin se abría el murallón a una caída libre a las aguas, sin balaustrada que me detuviese. Y yo me dije “vamos, si esto es un sueño”. Cobré más velocidad y me lancé al vacío. Al principio pensé que iba a estrellarme contra las rocas de la base del muelle, pero no: mi vuelo pasó por encima de los peñascos afilados y fui a caer al mar abierto, cerca de un arrecife de piedra.
······· Y al sacar la cabeza del agua para tomar aire, vi que una ola gigantesca iba a romper allí mismo, por lo que me hundí nuevamente para evitar que el envión de las aguas me estrellara contra el muelle. Me hundí. El mar me tragó y me arrastró, más abajo, cada vez más hondo, y me comieron los celestes y luego los azules y todo se empezó a volver negro. Pensé que sería bueno abandonarse, dejarse a la deriva de las tranquilas desesperaciones y las miserias de los fondos... Pero bueno, hasta en los sueños tiene uno que respirar, así que salí a flote otra vez. Y allí estaba el mar por el momento calmo y el arrecife pedregoso, y sobre él, tan campante, un muchacho, que me hacía señas para que subiese a la roca. Al mirarme caí en la cuenta de que yo también era un muchacho, igual que el que estaba allá arriba, de torso desnudo y rojos pantalones cortos, y que era verano y hacía calor.
······· Estaba yo prendiéndome con las uñas a la inmensa piedra, cuando vi la segunda ola que venía. Era mucho más grande que la anterior. El muchacho me gritó que volviese a sumergirme, y así lo hice, y sentí otra vez la tranquilidad de los ruidos atenuados por el agua, y escuché al chico – que vaya uno a entender por qué diablos se habría quedado allá arriba sobre la `piedra – que me decía que le prestara atención al Ojo de Mar que producía esas olas tan enormes. “¿Qué Ojo de Mar?” - ¿Un Ojo de Mar en el medio del océano?-, y allá lo vi, al mirar tras la inmensa estructura rocosa que lo escondía de mi vista. Allí, tan cerca, un remolino que partía de la superficie marina y bajaba hasta el inalcanzable fondo, violento, desaforado... Rayos eléctricos parecían cruzarlo. Comenzaban en cualquier parte de su tubular superficie giratoria y saltaban a alguna otra parte de su bailarina corporeidad. - Uno no le busca explicación a los sueños cuando comienzan a tergiversarse -. Y tuve miedo. Temí que aquello me tragara.
······· Y allá arriba el muchacho seguía gritando, y explicándome, y yo sumergido esperaba que pasase la ola. Que mirase para arriba, me decía, para verle el centro. Y ahí subí la vista y vi pasar por toda aquella franja celeste, una franja azul, con el centro más claro y luminoso. Y volví a subir. Que no, que no, que aprovechase, antes de sacar la cabeza del agua, para ver toda la sociedad submarina. Y miré hacia el fondo del mar, y lo primero que me sorprendió, fue ver que estaba mucho más cerca de lo que había imaginado. Lo segundo, fue ver que allá había personas, y que aquellos seres parecían humanos: allá abajo un grupo de gente se paseaba entre mesones de libros, buscando precios – Uno siempre puede reírse de estas cosas cuando despierta y la realidad toma otro cuerpo –.
······· Subí. Tenía que tomar aire. Además, no podía aguantar las ganas de hablar con aquél muchacho, de preguntarle por el Ojo de Mar y por aquella sociedad submarina. Pero, más que nada, quería escapar de aquella tentación de dejarme hundir por la gravedad de mi cuerpo a donde la falta de aire me quitara las ganas de luchar contra la corriente, a donde los celestes se volvieran negriazules y yo no pudiera girarme y gritar
·····- Vade retro, Freud.
······· Corría yo por un corredor adoquinado, de blancas barandas románicas, arcadas,, que se adentraba en el mar Era muy largo, extensísimo, y hacía un rato ya que venía corriendo sin que aquello llegase a ningún lado Veía volar las gaviotas sobre las aguas, a mi alrededor, y las oía chillar, como chillan siempre que se aglutinan en busca de comida. De pronto, una anciana alba como la nieve y cubierta con un manto del mismo color, toda arrugada y encogida por los años, apareció adelante en aquella especie de muelle fagocitado por la inmensidad. Me acercaba velozmente y no iba a detenerme: pasé al lado suyo y le acaricié la enjuta mejilla mientras ella sonreía. Seguí corriendo hacia la nada.
·······Y allá al fin se abría el murallón a una caída libre a las aguas, sin balaustrada que me detuviese. Y yo me dije “vamos, si esto es un sueño”. Cobré más velocidad y me lancé al vacío. Al principio pensé que iba a estrellarme contra las rocas de la base del muelle, pero no: mi vuelo pasó por encima de los peñascos afilados y fui a caer al mar abierto, cerca de un arrecife de piedra.
······· Y al sacar la cabeza del agua para tomar aire, vi que una ola gigantesca iba a romper allí mismo, por lo que me hundí nuevamente para evitar que el envión de las aguas me estrellara contra el muelle. Me hundí. El mar me tragó y me arrastró, más abajo, cada vez más hondo, y me comieron los celestes y luego los azules y todo se empezó a volver negro. Pensé que sería bueno abandonarse, dejarse a la deriva de las tranquilas desesperaciones y las miserias de los fondos... Pero bueno, hasta en los sueños tiene uno que respirar, así que salí a flote otra vez. Y allí estaba el mar por el momento calmo y el arrecife pedregoso, y sobre él, tan campante, un muchacho, que me hacía señas para que subiese a la roca. Al mirarme caí en la cuenta de que yo también era un muchacho, igual que el que estaba allá arriba, de torso desnudo y rojos pantalones cortos, y que era verano y hacía calor.
······· Estaba yo prendiéndome con las uñas a la inmensa piedra, cuando vi la segunda ola que venía. Era mucho más grande que la anterior. El muchacho me gritó que volviese a sumergirme, y así lo hice, y sentí otra vez la tranquilidad de los ruidos atenuados por el agua, y escuché al chico – que vaya uno a entender por qué diablos se habría quedado allá arriba sobre la `piedra – que me decía que le prestara atención al Ojo de Mar que producía esas olas tan enormes. “¿Qué Ojo de Mar?” - ¿Un Ojo de Mar en el medio del océano?-, y allá lo vi, al mirar tras la inmensa estructura rocosa que lo escondía de mi vista. Allí, tan cerca, un remolino que partía de la superficie marina y bajaba hasta el inalcanzable fondo, violento, desaforado... Rayos eléctricos parecían cruzarlo. Comenzaban en cualquier parte de su tubular superficie giratoria y saltaban a alguna otra parte de su bailarina corporeidad. - Uno no le busca explicación a los sueños cuando comienzan a tergiversarse -. Y tuve miedo. Temí que aquello me tragara.
······· Y allá arriba el muchacho seguía gritando, y explicándome, y yo sumergido esperaba que pasase la ola. Que mirase para arriba, me decía, para verle el centro. Y ahí subí la vista y vi pasar por toda aquella franja celeste, una franja azul, con el centro más claro y luminoso. Y volví a subir. Que no, que no, que aprovechase, antes de sacar la cabeza del agua, para ver toda la sociedad submarina. Y miré hacia el fondo del mar, y lo primero que me sorprendió, fue ver que estaba mucho más cerca de lo que había imaginado. Lo segundo, fue ver que allá había personas, y que aquellos seres parecían humanos: allá abajo un grupo de gente se paseaba entre mesones de libros, buscando precios – Uno siempre puede reírse de estas cosas cuando despierta y la realidad toma otro cuerpo –.
······· Subí. Tenía que tomar aire. Además, no podía aguantar las ganas de hablar con aquél muchacho, de preguntarle por el Ojo de Mar y por aquella sociedad submarina. Pero, más que nada, quería escapar de aquella tentación de dejarme hundir por la gravedad de mi cuerpo a donde la falta de aire me quitara las ganas de luchar contra la corriente, a donde los celestes se volvieran negriazules y yo no pudiera girarme y gritar
·····- Vade retro, Freud.
3 Comments:
¡Excelente texto! Un deleite venir a leerte.
Un abrazo.
Hola, hemos hecho un blogroll de blogs de mendoza, pegate una vuelta
http://mdzblogs.com.ar/
Saludos!
Otra visita y otro abrazo.
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