Espinas y Mariposas

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Nombre: ♥ஐMaría Cieloஐ♥
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Para desvestirme, elijo la rúbrica... Como ropa, el papel; y para pelear contra el mundo, una pluma...

miércoles, 9 de noviembre de 2005

El señor del sombrero gris

El señor tomó el sombrero gris que descansaba sobre la mesa, saludó a todos y partió. Recorrió con el eco de sus pasos el pasillo, llegó al ascensor y lo esperó paciente, como cada lunes. Y abajo, salió del pasaje y caminó a través de calles oscuras y casi desoladas, atravesando plazas y recoletas. Siguió el triste y monótono camino que había recorrido miles de veces, con pasos nuevos que venían a posarse sobre pasos ya pretéritos, casi como trazando un surco entre la memoria y el olvido. Rozó otra vez las mismas farolas que le regalaban una vetusta luz a la árida vereda, la misma fuente que con su chorro llenaba de falso rocío el frío aire otoñal, las mismas calles, siempre lo mismo. Con su rostro inexpresivo iba captando las sensaciones, que nunca eran iguales. Ensimismado en sus pensamientos, el largo camino que debía recorrer hasta su hogar siempre le parecía más corto.
Allí lo esperaban como siempre su mujer y dos preciosos críos, regalo de su madurez, y que para él eran como dos soles. Eran una familia típica; unidos por las mismas luchas, los mismos temores, las mismas alegrías, las mismas realidades que unen al género humano y los agrupa en situaciones, formas y colores.
Cuando aún faltaban unas cuadras, encendió un cigarrillo. Una llama flotó en la viscosidad de la noche y pronto flameó y se alojó en el seno del tabaco. Con esas sensaciones vivía: el frío en el rostro, la soledad, la melancolía goteando en el alma, el caminar con el eco de los pasos en su cabeza, la dureza del camino como de la vida misma, la satisfacción del tabaco en su boca.Las luces del alumbrado siguieron sus pasos; acompañándolo. La noche sin luna se predecía larga bajo las sombras de los árboles. Dio la última pitada, disfrutando cómo el humo atravesaba su cuerpo y sus sueños, y arrojó lejos los restos del cigarrillo.
Llegó hasta la puerta de madera de una casa añosa y respetable, blanca y con ventanas que transmitían los secretos de su interior. Tomó una llave y luego de penetrar la soledad de la cerradura, entró. Saludó a la mujer que lo esperaba y a sus hijos, y se preparó nuevamente para esperar la semana que le regalaría otras rutinas, otros caminos, otros sueños.


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