La pesadilla, el despertar y la soledad

Volver a la vida, sola, con los nervios crispados, el sudor escurriéndose entre los pechos, el grito adherido en la garganta, el corazón agarrotado, los ojos heridos por la luz que se cuela por la ventana, atravesando la oscuridad de la habitación...
Las 3.24 a.m. y el sueño parece haber huido y no querer volver. El calor amansa el aire poroso, asfixiante, aplastante. Las sombras se mueven, respiran, ululan entre los muebles y objetos. Un murmullo bajo, esperando crecer, se eleva tras las paredes. Se oyen pasos a la distancia, afuera; siempre anónimos, de caminantes solitarios que pasean sin miedo en las madrugadas. Las sienes palpitan aún más rápido que el goteo de los segundos del reloj. Desesperación. Descanso esquivo el de las noches insomnes, donde el despertar se torna tan inútil como detestable, y en la búsqueda del reposo, uno se ve derrotado.

¡Oh, si al menos tuviera alguien a mi lado, para que me hiciera el amor..!