Surrealismos III
Soñé que amaba a la Muerte, y ella me amaba a mí. Yo la llamaba y ella acudía. Entretejía con sus huesudos dedos los hilos de la vida de los demás, mientras me sostenía en sus brazos. Y era su rostro un enigma, mas sus caricias una bendición.
Y entonces desperté, y comprendí que todo había sido un terrible sueño. Porque por los siglos de los siglos, estoy condenada a amar a otros. No puedo amarme a mí misma.
Yo soy la Muerte.
Y entonces desperté, y comprendí que todo había sido un terrible sueño. Porque por los siglos de los siglos, estoy condenada a amar a otros. No puedo amarme a mí misma.
Yo soy la Muerte.