Espinas y Mariposas

Este es un blog de poesías, cuentos, fantasías... Quimeras y utopías...

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Nombre: ♥ஐMaría Cieloஐ♥
Ubicación: Ciudad de Mendoza, Mendoza, Argentina

Para desvestirme, elijo la rúbrica... Como ropa, el papel; y para pelear contra el mundo, una pluma...

martes, 31 de enero de 2006

Aforismo

"El creer en algo vale más que cualquier circunstancia efímera"

lunes, 30 de enero de 2006

Sobre cómo asesinaste mis olvidos

No podrá este amor
dormir nunca vano sueño

cual inmóvil péndulo desgastado
mientras esta máquina ilusoria
- palpitante corazón -
luche latente su esperanza
por tu sabor en mis labios
o algún abrazo en la memoria
que se vuelva carne
al regresar yo a tu lado.
Son tus besos
un tatuaje de fuego
grabado en mis lágrimas
cuando se desnuda el pasado
y solo queda el futuro
yo sigo aquí,
hendiendo cual furioso alazán desbocado
el breve espacio en que me faltas,
la distancia en que me alcanzas,
con una tibia ventolera
encarnada en suspiros.
Cuando me sientas desde allá
gritame tus soledades
así unimos melancolías,
que yo sin ti mermo
y contigo florezco.

domingo, 29 de enero de 2006

Creo que no era un náufrago...

Era una tarde tibia y paseábamos por la bahía como siempre, disfrutando del mar cercano y de las arenas cálidas. Pablo se mojaba los pies y corría alrededor de nosotros, mostrándonos los caracolitos que iba recogiendo.
Cuando ya estábamos a punto de volver, avistamos un cofre pequeño parecido a un alhajero, al que las olas golpeaban con insistencia contra la orilla.
Grande fue nuestra sorpresa cuando, más allá de las olas, vimos a un chico, de unos diecisiete años, que yacía semiahogado sobre la arena.
Su cuerpo exibía algunas magulladuras. Tratamos de reanimarlo. Cuando abrió los ojos, lo ametrallamos a preguntas. Sus respuestas eran incoherentes.
Decidimos levantarlo y llevarlo hasta el hospital del pueblo. En el apuro, nos olvidamos de alhajero, pero Pablito me lo recordó y regresamos corriendo al lugar, mientras Emilio, mi marido, se quedaba cuidando al chico. Buscamos el cofre con vehemencia hasta encontrarlo semienterrado en la arena. Pablo y yo apuramos el paso para llevar al joven a la clínica.
Cuando llegamos allí, los doctores nos aconsejaron mantenerlo en terapia intensiva, ya que al tragar tal cantidad de agua, había entrado en estado de coma.
Decidimos no comentarles nada a los médicos acerca del cofre, y Emilio se lo llevó a nuestra casa y lo colocó cuidadosamente en la buhardilla. Se quedó en casa con Pablo, mientras yo me quedé a velar el sueño del enfermo.
Me enternecía verlo lleno de tubos, sin parar de inhalar ese oxígeno que lo mantenía con vida. Sin ninguna cohesión, comenzó a relatar una historia de un rehén, de no sé que lugar inhóspito. Soñaba intranquilo, según mi opinión.
De pronto, se levantó como alcanzado por un rayo, arrebató todos los cableríos que obstruían sus movimientos, y recién después reparó en mi presencia.
Su mirada sobrehumana me aterrorizó. Sus ojos desprendían fuego, pero su cuerpo estaba debilitado. Cayó arrodillado a mis pies, mientras musitaba entre dientes:
-El cofre.... lo... necesito...
Salí corriendo del hospital. Curiosamente, no alerté a los médicos. Parecía que estaba predestinada a obedecer su orden.
Llegué a mi casa, entré y fui directamente a buscar el alhajero. En el camino me encontré con mi marido y le expliqué todo. Yo pensaba que su adhesión a mi locura iba a ser inmediata, pero en vez de eso me recomendó ver un psiquiatra y me dijo que se volvía a la cama.
Estaba sola en mi propósito. Encontré el cofre y me volví al hospital.
Cuando llegué, el chico estaba desplazándose lentamente hacia su cama. Lo ayudé a incorporarse y le entregué el alhajero.
Su rostro se iluminó rápidamente, y sus mejillas se colorearon. Luego, todo sucedió en un segundo. El cofre comenzó a abrirse solo en sus manos, lentamente. De él comenzaron a emerger miles, millones de esferas brillantes del tamaño de un botón.
Cuando terminaron de salir, una luz enceguecedora llenó el cuarto y me impidió ver más. Me sentí mareada y desfalleciente, y me desmayé mientras una voz que flotaba en el aire decía:
- Graciaaaaaaaaaaaassss...- como si cada a pudiera estirarse como un chicle.
Al despertarme, fui yo la que me encontraba en la camilla del hospital. Mi marido me contó unos días después lo que había sucedido, según los doctores:
Cuando ellos me encontraron, el joven yacía muerto a mi lado. Había fallecido de muerte natural, al no poder recuperarse. Para los médicos, él nunca había superado el estado de coma. Atribuyeron mi desmayo a la falta de alimento y de sueño.
Decidí no comentarle mi alocada historia a nadie, para que no me consideraran loca. Por eso estoy desahogándome con usted.Ahora creo firmemente que los alienígenas existen. Es más, el otro día vi unos monitos verdes descender del cielorraso y posarse en mi chaleco de fuerza. ¡Se reían de mí, los desgraciados! Y ni le cuento del unicornio volador, o de la cara que me mira del otro lado del espejo. Usted me cree, ¿no, doctor?

viernes, 27 de enero de 2006

Mi querer

Mi querer
no es un
simple querer
de recuerdos palpables
El mío
es un querer
simplificado,
de mariposas
o suspiros...
Se alimenta
con tu alegría,
me empaña
cuando estás triste.
El querer mío
no es el querer
que quieren
los poetas.
Es mío y es...
un querer de a poquito,
un tiempo pretérito,
una verdad que te miento,
es el aire que respiro
y me alborota
cuando me entero
que es el mismo que respiras.

martes, 24 de enero de 2006

Carta a Hitler

Nürnberg, Sábado 28 de febrero de 1943
My muy queridísimo señor Hitler:
¡Hola, señor! Disculpe si esta carta le roba un poco de su precioso tiempo. Le escribo para contarle lo que andan diciendo por allí sobre su persona. Perdóneme, sólo soy una pobre, pequeña e insignificante judía. No me creo más, pues todo el mundo fuera de mi hogar me mira con ojos desaprobadores y se alejan disgustados... Algunos temerosos. Me han dicho que es por su culpa.
No creo que una persona pueda tener un alma tan vacía, ¿sabe?, por eso cuando me hablan mal de Ud., con el debido respeto, lo defiendo acaloradamente, por más golpes que luego reciba. Lo exculpo por el mero hecho de defender la humanidad, porque sino, dígame, ¿en quién confiaríamos si todos hablaran mal de alguien sin conocerlo, sin haber hablado con él? Le atribuyen las más grandes barbaries y atrocidades. Pero, yo no lo sé... ¿Es esto verdad?
Mi casa cada vez se pone más lúgubre. Cada tanto llega un oficial con un papel en la mano y se lleva a algún integrante de mi familia. Ya sólo quedamos mamá y yo. Es desesperante convivir con mi madre, a veces lanza gritos sin motivo alguno, y la oigo llorar por las noches. No quiere hablarme. No sé por qué, y tampoco tengo a quién preguntarle qué ocurre... Casi no puedo esperar a que llegue papá, así él podrá explicármelo. ¡Oh, si Ud. pudiera conocer a mi padre! Hace milagros con sus manos, es médico. Supongo que ahora debe ser muy necesitado allí donde se lo llevaron, después de todo, siempre hay muchos heridos en las guerras. Le pido por favor, si fuera posible, que le conceda unas pequeñas vacaciones, no sabe en qué medida lo necesitamos. Me aterroriza ver a mi madre deambular como sonámbula por estos pasillos oscuros y melancólicos.
Mis dos hermanos mayores salieron hace unos días, bien temprano, y aún no regresan. Deben haberse encontrado con algunos de sus amigos, y haberse quedado con ellos. Últimamente no salen mucho... Dicen que Ud. nos prohibió compartir los mismos lugares que los arios... Al enterarme, me creí víctima de una enfermedad altamente contagiosa y corrí a darme baños de manzanilla y azahar. Mi madre me dijo que nos diferenciaban por la estrella que llevábamos como distintivo... ¡Pero yo me sigo viendo igual que los que no la poseen!
Todo esto me hace sentir muy mal. Nadie quiere explicarme nada. Cada vez que intento hablar del tema, me miran con ojos extrañamente vacíos, donde puedo ver reflejados mis mismos miedos, tristezas, inseguridades... Pero luego se apaga el brillo de sus pupilas y todos voltean la cabeza, murmurando "¡Qué inocencia..!" Pero dígame Ud., señor Führer... ¿Qué otra cosa más que la inocencia se puede conservar en un mundo cercado por el silencio..? ¿Puede Ud. explicarme qué está sucediendo? ¿Puede decirme qué cruel parásito se adueñó del pueblo, que ya nadie sale a jugar en las veredas, a barrer las hojas cantando una melodía pegajosa, que ya el sol parece reflejar sólo grises en los charquitos, allí donde antes podía saltar mis alegrías? Ninguna de mis amigas ha venido a verme. ¡Y yo ya no quiero salir para no dejar sola a mi madre! ¿O será, tal vez, el pavoroso presentimiento de que sé que si cruzo esa puerta jamás volveré a ver estas paredes manchadas con lágrimas de incertidumbre, de que tal vez si me ciegan los grises reflejos del sol vea la verdad; esa verdad que intuyo pero que no me contaron..? La verdad que podría robarme la infancia y soplarme los sueños, ésa que me grita al oído que Ud. tal vez ni siquiera lea esta carta, esa que me dice que me han quitado la infancia, la felicidad y los sueños sin preguntarme ...
Lies Goosens

domingo, 22 de enero de 2006

A mi abuelo

Hoy volví a la plaza donde solíamos pasear juntos, abuelo; donde tus pasos arrastrando años me enseñaban a guiar, por las peligrosas baldosas, tus ojos sin luz.
Las palomas vinieron, igual que venían siempre que les traíamos alpiste y un poquito de arroz. Pero hoy no viniste conmigo. Te quedaste para siempre en el recuerdo del caer de la tarde, en la redondez de mi cara de nena, en todos esos metros que forman la cuadra y media que me separa de esta plaza. Y yo te extrañé, nonito, te extrañé como no te había extrañado antes.
Me hubiera gustado poder contarte que ya estoy grande para traerle comida a las palomas, pero vengo porque acá es donde más te encuentro, no donde la abuela me pide que vayamos a llevarte flores. Me hubiera gustado que te sentaras, como siempre, al lado mío, y me preguntaras cómo me iba en esa corta vida de ocho años que tenía...
Me va bien, nono. Me va bien. Pero te extraño... Y me conformo con sentarme en un banco, hablarle a las palomas y ver cómo va cayendo la tarde.

viernes, 20 de enero de 2006

Consuelo


Hacer volar caricias como palomas
es el más sublime acto de belleza.

Acariciar tu mano, corazón herido;
juntar retazos y juntarte,
justificar esta tristeza o desprenderme.
Iluminar tus ojos en esta soledad,
notarte pequeño, tenue,
y engrandecerte.

Hacerme escudo, armadura,
centro y periferia,

mostrarte una verdad que no te hiera
cual fiero puñal enardecido.
Mirarte y encontrarme luchando en tu reflejo;
por ti, por mi,
y por esto que nos desborda y nos empapa.
Secar tus lágrimas, ser paño y redentora,
abrir tus alas y fusionarme
en la dulce ventolera de recuerdos.


Vuelan ya mis manos,
desprendiendo plumas, cual caricias,
sobre el tajo húmedo de tu melancolía.

Sabes que no estás solo,
y yo sé que me acompañas
en este recuento de ilusiones
.

miércoles, 18 de enero de 2006

Preguntas...

¿Existen las infinitudes? ¿Acaba el mar tras el horizonte, muere la noche al nacer el sol? ¿Hay cumbres inalcanzables? La eternidad es el consuelo de los luchadores, que saben que lo único invencible es la muerte...

lunes, 2 de enero de 2006

La culpa de nada

Martín se levantó y miró a Alejandra. Casi parecía profundamente dormida. Siempre te gustó más la blanca que la morocha, pibe, no me vengás con esas... Fito estaba sentado afuera. Hacía frío. Encendió un cigarrillo como para sacudirse las ganas, la culpa de querer otra cosa. Pensó que nunca le había dicho lo mucho que la quería. Levantate y andá a laburar, ¿o pensás quedarte tirado todo el día en esa cama? Hacía mucho que no veía a su padre... Dos años, más o menos. Cómo hubiera querido verlo ahí, aunque sea un momento, aunque más no fuera para que le pegara, como siempre hacía. Como para traerlo de vuelta a la realidad de la que se había empeñado en huir. Fito lo miró y le sonrió, triste. ¿Que cómo estaba? Bien, bien. Dale, dale, probá, no seas maricón... No, él no tenía la culpa. A él lo habían metido. Le dijeron que eso de que el mundo se puede cambiar era mentira, que ya todo estaba inventado, estaba hecho. Que la verdadera llave de la felicidad estaba ahí, al alcance de su mano, por unos pesos. Dejá eso, te va a hacer mal, no seas tonto... Y después, Alejandra. Como una brisa de aire fresco. Pero el aire siempre es muy fácil de contaminar. ¿Le había pedido perdón, alguna vez? No. Él tampoco tenía la culpa. En este mundo cada uno hace lo que puede y lo que le viene en gana. Me dijiste que me ibas a dejar probar... Yo quiero ver qué es eso a lo que le das más bolilla que a mí. Alejandra, Alejandra... Sus ojos negros eran lindos cuando estaban limpios. Hubiera sido mejor decir que no antes de que pasara lo que nunca tendría que haber pasado. ¿Y ahora? ¿Dónde estaban todos esos que lo llamaban, que se reían de sus chistes, que lo aplaudían, que le convidaban, que le vendían? A su lado, Fito. Él también había sido de aquellos. No seas tarado, pibe... Aprendé. Hacé como yo. Andate, salí. No hace bien. Yo ya me di cuenta. Benditos los que abandonan el barco antes de que se hunda. Ahora ya era tarde. Hacía mucho tiempo que era tarde. Miró a la calle. La vio venir, del brazo de su marido. La mamá de Alejandra. La escuchó gritar, pero no ya dentro de su cabeza, sino como si el grito fuera algo condensándose a su alrededor y explotando en sus oídos. Mi nena te quería, ¿qué le hiciste? ¿Qué le hiciste a mi nena..? El padre se le vino encima. Hijo de... Alguien lo sujetó. Él apenas si se movió. Hubiera sido preferible evitar ese escándalo, ya suficientes había tenido. Hubiera querido explicarles que no era su culpa, que acá nadie tenía la culpa de nada... Cómo se miente a veces la gente, para terminar creyéndose las propias mentiras. Inmutable, frío, desensibilizado, dio la última pitada y tiró la colilla a la acequia. ¿Entraban? ¿Comprás? ¿Querés? ¿Buscás? ¿Tenés? No, Fito. No, no, no, no. Se quedaba un rato más afuera Nunca le había gustado el olor a flores. De repente, pensó que tal vez todavía no era demasiado tarde. Y se fue caminando despacio, aceptando culpas, en busca de la realidad que nunca había buscado: la propia. Aún ardían las velas en la sala de velatorios.


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