Parábola de los Piratas

....Despertaron en una ignota isla desierta, lejos de toda civilización y librados a su propia barbarie.
....El capitán aconsejó abrir el tesoro. No contendría comida, per al menos les alegraría el espíritu ver todas esas riquezas. El contramaestre sugirió despeñarlo por el cerro pedregoso, ya que no tenían herramientas para romper los cerrojos. Pero el cocinero, más precavido y conocedor de algunas fórmulas, dijo que de ser despeñado, perderían todos los doblones entre piedras e hierbajos. ¿Por qué no economizar fuerzas colocándolo en aquella cueva, bajo una de las goteantes filtraciones marinas? Los cambios de la marea no lo afectarían, y el constante goteo terminaría por hendir la madera hasta hacer una abertura por donde sacar las monedas.
....Así se hizo. Y pasó el tiempo a la espera de un barco en el horizonte, o de que el agua desgastara los cerrojos. Pero las gotas poco saben de desesperaciones, de tiempos o de mortalidades, y ni lo uno ni lo otro les era concedido a los piratas.
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....Una mañana, el cocinero fue a revisar el tesoro. Vio, con explosiva felicidad, que una de las tablas superiores se había partido. Hizo palanca con sus flacos brazos para arrastrar el pesado bulto a la luz, donde removió la tapa.
....Al observar el interior, se le llenaron los ojos de lágrimas. Elevó un grito desgarrador que se arrastró por el suelo de la isla entre pastos secos y cascotes, cayó en las madrigueras y en los huecos donde dormían las culebras, chocó contra los árboles infértiles y reptó sobre los cadáveres ya putrefactos de sus compañeros, para trepar, por último, por el cerro, e ir a perderse allá donde se pierden todos los alaridos.
....La caja de madera contenía un cofre más pequeño, sellado, de plomo y aleaciones metálicas.