Espinas y Mariposas

Este es un blog de poesías, cuentos, fantasías... Quimeras y utopías...

Mi foto
Nombre: ♥ஐMaría Cieloஐ♥
Ubicación: Ciudad de Mendoza, Mendoza, Argentina

Para desvestirme, elijo la rúbrica... Como ropa, el papel; y para pelear contra el mundo, una pluma...

lunes, 31 de octubre de 2005

La Catedral

Atardece. Las sombras se abalanzan, danzantes y siniestras, sobre los transeúntes que atinan a pasar por la lúgubre vereda adoquinada. A esas horas, un suave murmullo se levanta, un rumor in crescendo hipnotiza a los pájaros y hace huir a los perros callejeros. El miedo atenaza los músculos y los últimos vestigios del ajetreo cotidiano son barridos por los pasos apresurados de los caminantes que vuelven a sus casas. A lo lejos, se escucha el ulular de los búhos. Las luciérnagas bailan en las farolas.
La catedral se yergue, imponente: los ojos expectantes de los vitreaux, las gárgolas acechando a sus presas. Un enfrentamiento constante entre la macabra pero segura realidad, y el espeluznante hedor de lo imposible. Impávido, observa el cielo preñado de estrellas. Y en el medio de los mundos, la catedral observa, la catedral desea, la catedral anhela...

Un ángel rubio de pocos años, vestido con harapos, pasa delante de la iglesia en busca de algo para comer. De pronto, titila la línea del horizonte. Cruje el inmenso y pretérito esqueleto de metal, cemento y vidrio, y el edificio se ladea sobre goznes inexistentes, dejando al descubierto un hueco negro, monumental, insondable, donde se entreveran partículas de polvo, insectos y aullidos. La tarde calla. Algunas palomas se lanzan al viento. La catedral engulle.

Antes de tiempo

Lo miraba desde arriba, desde muy alto.
Jorgito se levantaba temprano, se vestía solito, y, obediente, tomaba el desayuno que le servía su papá. Como todas las mañanas, esperaba en la puerta de su casa el transporte que lo llevaría a su escuela.
Había crecido mucho, Jorgito. Ya no necesitaba de sus arrullos para dormirse o de su beso de las buenas noches. No – aunque ella tampoco hubiese podido dárselos aunque así no hubiera sido -, él ya no los necesitaba. Era un chiquito cada vez más independiente. Momento a momento observaba cómo él iba madurando, aprendiendo cosas nuevas, cambiando. Y se daba cuenta que era mentira eso que le habían dicho, que allá arriba no se sufría. Era una puñalada dolorosa cada segundo en que se perdía la infancia de su hijito... Esa infancia que un entierro prematuro no le había permitido disfrutar.

Espera

La tarde cae, el tiempo gotea segundos sobre la vereda. La noche se cierne sobre las calles y sobre los corazones. El palpitar de la gente merma: se alzan los fantasmas de la rutina y comienza a reinar una tranquila mansedumbre.
Ella mira el reloj. Su sonrisa raya en la falsedad. Lleva mucho tiempo esperando, y él no llega. El encuentro había sido largamente planificado, pero el suceder de los rostros no le trae ningún reconocimiento. Ella llora. Ya no debería estar allí. En vano, espera.
Las estrellas bailan un tango desafiante con el olvido y ella entiende... Entiende y perdona. Perdona a la tarde por caer, al sol por esconderse, a las estrellas por brillar... A ella por creer: por creer y haberse convencido. Pero no se puede conjugar lo eterno con lo humano. Ella se va.

Aún no anochece del todo. La ciudad tiende a lo oscuro. Unos pasos solitarios se alejan en la muerte del ocaso.

Yo la miro y ella está muda. Me gusta en su palidez espectral, en su vacío de sentimientos, de sensaciones. Hasta en sueños llegan a perseguirme las finas líneas de su cara, rectas, solemnes... Día a día la enfrento, me siento frente a ella, siempre incólume... Pero sigue impávida ante el parlamentar de mis ideas. La verdad es que la deseo... La deseo con esa calma tranquila que existe antes de estallar la tormenta. Quiero poseerla, vejarla, tramar surcos con mis manos en ella, sobre ella, dentro de ella. Y ella no hace más que mirarme: acrecienta mis ansias con su secreta y callada complicidad, saboreando mi desesperación, me apaña con sus ojos tímidos, como implorando y rechazándome a la vez. Está en mí avanzar, dar el primer paso, pero el tiempo se disuelve en virutas de nada, y la hoja de papel sigue esperándome...

Corrían los caballos trayendo el día...


















Corrían los caballos trayendo el día
cuando otras sirenas, no las de Ulises,
hechizaron el horror con su canto.
Se condensó el mundo, el tiempo,
el avión, las gentes y los barcos,
en un instante, un crisol de Apocalipsis,
un punto de infinita densidad
donde los gritos no previeron
el silencio que vendría.
Confundieron a los astros,
el sol cayó en la tierra empujado
por otras manos, otros miedos,
y todo para qué,
para matar, sobornar, prevenir,
aniquilar ideas, ideitas, ideales,
vendiendo una mentira fresca, cómoda, barata,
pegajosa, atómica, purpúrea
de una paz que mata

para no encontrar viva su conciencia.

domingo, 30 de octubre de 2005

Lo ingestado

Este hijo
que no llevo en el vientre.
Que no concebimos.
Que no es tuyo.
Será el metal
que hieda el espacio
donde no estaremos.
La excusa vana
de lo irrealizable.
El perdón de los olvidos.
(El olvido del perdón.)
El dolor que quedará.
El próximo proyecto.
En algún otro momento.
En algún otro rincón.


Contador de visitas