De carne somos
***El cura suspiró. Hacía calor dentro del confesionario, y el relato de los pecados de esa impía que esperaba su perdón lo empeoraba. La mujer no sólo se esmeraba en confesarle el número de todas sus parejas sexuales, con nombre y apellido, sino que también detallaba lugares, encuentros, posiciones... El padrecito comenzó a sentir gotas frías cortando su espalda. Se aflojó el collarín. Ya casi no sabía dónde meter sus manos.***Llegado el punto cúlmine de su desesperación, justo cuando dudaba entre abrir la puerta y echar a correr, o cometer una atrocidad allí mismo, la mujer terminó de hablar.
**- La penitencia, padre.











